Adiós al 2010 y adiós a la primera década del siglo XXI. Hasta siempre año 2000 y sus coches voladores; adiós a la década en la que los Estados Unidos de América se dieron cuenta que nunca podrán volver a mirar al resto de países desde lo alto de sus opulentas torres; adiós a la década en la que empezamos pasando de pesetas a euros y ahora nos da miedo pasar de euros a pesetas; adiós y mil veces adiós a aquel año 2004 que nos demostró que ni las bombas son de juguete, ni que podemos ser ajenos al dolor que vemos cada día por la televisión mientras comemos; adiós a la década en la que el ladrillo superó en valor al oro, y adiós a todos aquellos que nunca se leyeron la fábula de la hormiga y la cigarra y no guardaron para cuando no hubiera; adiós a la década en la que a muchos todavía no les ha dado tiempo a aprender que los envases de plástico van en el contenedor amarillo, el papel en el azul, y el vidrio en el verde; adiós a la década en la que el mundo es un pañuelo gracias a internet y las redes sociales; adiós a la década en la que el deporte español demostró al mundo que aunque no sepamos ahorrar, sí que jugamos como nadie al fútbol, baloncesto, tenis o a los coches; adiós a la década en la que un canguro australiano nos descubrió que los cuentos de Disney son realmente turbios; y sobre todo adiós a la década en la que muchos de nosotros dejamos de ser niños para convertirnos hombres.
Por todo esto y más, no podría despedir este decenio de mejor forma que con el grupo que me cautivó a comienzos de siglo, un grupo que aunque ahora huele a extravagancia, fue sin duda quien desde la sencillez y un buen puñado de grandes melodías logró que durante unos años, no echara de menos la tan añorada década de los 90. Y por último me gustaría cerrar esta última entrada del año deseando a todo el mundo que paséis unas felices fiestas y que hagamos todo lo posible para que el mundo viva en paz.